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6/7/10

PÁJAROS DESAHUCIADOS


La brillante idea de podar los árboles en esta época provoca en las calles un sembrado de pajarillos huérfanos y madres enloquecidas tras ser desposeídos de sus nidos. Tantos que, en un solo y distraído paseo por la calle Porvenir, he llegado a recoger una docena de gorriones y media de jilgueros. Supongo que no importa demasiado, al fin y al cabo son como niños y ya sabemos cómo se las gastan al respecto.
Lo cierto es que a mis hijas les cuesta comprender esta falta de sensibilidad y a mí, bastante más crecidito, también; aunque ya rebose mi contenedor interno de asombro. Parece ser que, últimamente, todos los hechos se inspiran en ese rasero de utilidad acomodada.
De modo que, por obra y gracia de esa poda extemporánea, un servidor tiene la casa infestada de cajitas de cartón, con pajarillos hambrientos y melancólicos a los que damos de beber y comer regularmente y con la incierta esperanza de ser reconfortados como salvadores de la clase pájara; de los que vuelan, no de los peatonales. Y es así porque, como muchos padres -no todos-, no sabríamos explicar a nuestros hijos que la poda se produce cuando a alguien le sale de los "gemelos", o porque jamás nos perdonarían una omisión de auxilio a criaturas desvalidas. Incluso un buen número de abortistas estará de acuerdo con este punzante asunto de conciencia, aunque no con el otro.
No obstante, la experiencia me dice que, a pesar de los cuidados, buena parte de ese ejército de pajarillos morirá sin remedio y, entonces, tendré que devanarme para consolar a mis hijas y organizar velatorios masivos en el parque del Retiro.
Pero es que además, indagando un poco sobre el aspecto botánico del asunto, todos los expertos coinciden en que las podas deben evitar siempre la primavera y el verano.
Así que menos comprendo el antojo de podar bajo el fuego y de emborricar los corazones de tanto niño. Claro, salvo que el asunto haya sido promovido por algún asesor botánico municipal, de esos aconsejadores que fueron contratados por habilidades y sabidurías tan altas que ni la misma Alcaldesa conoce.