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22/1/11

¡QUIEN SI NO!

Pilar Sánchez ríe abiertamente
la ocurrencia de Pacheco 
El retorno de Pedro Pacheco, ex alcalde y casi virrey de Jerez de la Frontera, ha sido una noticia que ha sorprendido a muy pocos. Pero menos aún a los que hablamos con alguna frecuencia con personajes que se mueven en su entorno inmediato.
Y además me parece una noticia prometedora, un evento que alegrará el panorama político local a medio plazo. El guirigay derivado del regreso de don Pedro al tablao político está asegurado, habrá casi fuegos artificiales, encontronazos, intercambios de golpes bajos y muchas amenazas de “tú y pues anda que tú”, un panorama aún más prometedor cuando los alcaldables sostienen una riña perenne de gatos. No tardarán en saltar las primeras chispas.
El regreso de Pacheco estaba cantado, aparte de chivateos, porque todos conocemos la envoltura mesiánica del señor Pacheco, el omnipotente y mal ponderado salvador de las masas. La coyuntura se presta muy mucho a que descienda de los cielos con sus alas blancas y nos ofrezca a los jerezanos sus brazos abiertos y reconfortantes.
La declaración pública de sus intenciones de reencarnación se ha hecho esperar. Estoy convencido de que estaba sujeta a un simple proceso de cálculo; sondeos, pesquisas o simplemente intuiciones acerca de sus posibilidades electorales. Y no se trataba de hacer cábalas acerca de su presencia a secas sino de cotejar el umbral de influencia en el futuro político de la ciudad e incluso de la provincia. Para entendernos, quería saber si los augurios le reportaban protagonismo e influencia, ya sea directos o a través del mercadeo de apoyos.
Sinceramente, no imagino al señor Pacheco lanzándose sin paracaídas o haciendo de hombre florero.
No obstante, me da que hay algo más. Alguien, también muy cercano al alcaldable, me dijo que volvía por dos razones: por cálculos y por venganza.
En cualquier caso, para quienes ya empiezan a cacarear, no podemos olvidar que el señor Pacheco ha visto un hueco y ese proviene de los deméritos.

PROHIBIDO PROHIBIR

Me enseñaron en tiempos de facultad que, en democracia y libertad, el buen político debe intervenir lo justo en la vida de los ciudadanos. O sea, hacer un esfuerzo de prudencia, renunciar a cierta cuota de pantalla y dejar al personal vivir en paz, con su familia, su hipoteca y sus cosas, hasta que pocos sepan cómo se llaman, si están o si se les espera.
Los políticos actuales, amén de meternos al menor descuido la mano en el bolsillo, amén de remitirnos minuciosamente a las colas del paro con una retahíla de punibles torpezas, amén de sonrojarnos en el mundo con el “Gran Necio” de abanderado, no sólo nos impiden vivir en paz sino que hacen exactamente lo contrario. Y quizás es así porque, como la pencan con las grandes decisiones, distraen al personal con actos políticos de jamelgos únicamente encomendados al palpamiento de los gemelos.
El resultado de este exceso regulativo de las memeces más domésticas es que nos tienen casi perseguidos.
Y empiezo por la esclavitud económica, la más salvaje, esa relación directa entre la felicidad y el monedero, asunto este del que tanto denostaban los socialistas antes de descubrir los encantos del buen sueldo.
Pero veamos algunos asuntos de menos enjundia pero no triviales.
Si tienes el antojo de almorzar en una venta, costumbre muy jerezana, debes cuidarte de tomar una sola copa de vino para conservar vírgenes los puntos del carné.
Los hijos de los ciudadanos deben estudiar dónde y cómo ellos dictaminen sin que sea posible elegir (libertad) según convicciones, conveniencias o simplemente antojos. En cambio los suyos no, ustedes ya me entienden.
Hay que tener cuidado donde aparcas porque, al menor descuido, aparece un señor o señora con porte de capitán general y te casca una multa equivalente a la ayuda de ZP. ¡Bendita proporcionalidad!, un despiste a cambio de un sueldo. Se entiende… al precio que está un café.
Y ahora nos llega el primer regalo del año 2011 que, espero fervientemente, sea de despedida: no fumes el tabaco que ellos te venden, que buena bolsa se llevan por cada calada. Y eso que hace escasos años, ellos mismos, vociferaban por legalizar el porro. Pero además nos uniforman de policías y la señorita Pajín, hurgando en la herida y haciendo los honores a su ensoñador apellido, nos exhorta a que denunciemos los unos a los otros, a encabronarnos más de lo que estamos. Todo un ruidoso montaje que quizás pretende legitimar un cargo que le arrastra y sus muchos opíparos sueldos.
Lo cierto es que jamás en mis 50 años de vida me he sentido menos libre, ni más acosado, ni más vigilado, ni más temeroso. Siento mil ojos clavados en el cogote y un recaudador avariento tras cada esquina esperando un desliz para desvalijarme. Y es mal asunto cuando lo único que merece la pena en esta democracia de pacotilla es la libertad.
Todas estas coacciones casi policiales, ese ánimo de reglamentar y cohibir nuestras vidas, las mangas anchas a los bancos y el esquilmado de los contribuyentes, el paternalismo reverencial con las grandes empresas y el aprieto de los ciudadanos, lo llegan a hacer otros y serían unos fascistas.

21/1/11

LA VOZ DE MIS HIJAS

Como presuntamente estamos en las vacaciones navideñas, he pedido a mis dos hijas –siete y nueve años- que me orienten en este escrito. Lógicamente, a tenor de las fechas en las que estamos, me han presentado una especie de carta a los Reyes Magos, pero sin Reyes Magos. No obstante, resulta interesante e incluso modélico conocer cuáles son las aspiraciones e inquietudes de un niño respecto a su ciudad.
Me dicen ambas que les gusta Jerez, sobre todo el Alcázar y la Cámara Oscura, pero que la ciudad está llena de ruinas por todos los rincones y bodegas vacías, que sólo queda un tenue aroma envinado circulando por las calles. Por otra parte se quejan, porque no entienden los salvajes límites del capitalismo, de que haya gente durmiendo en los cajeros cuando el centro está repleto de casas abandonadas y derrumbadas.
Tampoco comprenden a quienes pintarrajean bancos y paredes con sus grafitis en una suerte de arte destructivo que contamina visualmente las ciudades. Me apuntan al respecto, y resulta aleccionador, que una buena solución sería que se castigara a quienes lo hacen borrando luego sus mamarrachos pictóricos. En el mismo sentido se manifiestan respecto a quienes arrojan papeles y basuras por el suelo, o a los amos de los perros que dejan las calles adornadas de boñigas que luego son pisadas y paseadas por todo el acerado.
Entre otros muchos apuntes de asuntos inocentemente racionales, me manifiestan que están especialmente sensibilizadas con la marcha de Buba, la elefanta del Tempul alias zoo botánico. Dicen, textualmente, “nos parece bien que se vaya para que pueda tener hijos y familia siempre que, mientras tanto, le hagan una casa en condiciones y que vuelva”. Un desprendimiento de la testarudez infantil ya en desuso incluso en los mayores.
La verdadera conclusión de esta conversación con mis hijas es que creo que deberíamos oír, y también escuchar, más a menudo las opiniones de la calle y, cómo no, la voz de los pequeños jerezanos.