La venta El
Cepo está a mitad de camino entre Rota y Jerez, rozando los límites del penal. No
pasa inadvertida por la enorme bandera de España que ondea sobre su tejado. Y
no es un distintivo que provenga de la euforia deportiva que estamos viviendo,
de ese emergente patriotismo de pelotas, sino de mucho antes, al menos treinta
años atrás.
En lo
culinario, es una maravilla; uno de esos sitios infalibles, que pidas lo que
pidas nunca falla.
En lo
demás, de sobremesa, siempre son curiosas las anécdotas que cuentan, no
obstante el penal acoge a un sinnúmero de etarras y el establecimiento –con la
bandera de recordatorio- es el refugio obligado de quienes los visitan.
De modo que
el grueso de su clientela, además de los de paisano, son presos etarras, familiares
y amigos y las “brigadillas” policiales que, sin demasiado incógnito, los
vigilan. Los primeros y segundos llegan y no se privan de ponerse tibios con
cargo al bolsillo de los españoles que tanto aborrecen.
Pero me
dicen que eso se ha acabado, que los presos van a ser trasladados en breve a
las cárceles vascas, que los familiares y presos llevan seis meses con esa
certeza.
¿Pero cómo
es que lo saben desde hace meses cuando el común de los españoles acabamos de
enterarnos?
Aquí hay
gato encerrado.
De modo que
indago un poco más.
Los
familiares de los presos, muchos asesinos de nucas, no guardan pudor al
asegurar que ya está todo más que hablado. Parecería una bravuconada de no ser
porque muchos de estos son batasunos o etarras en excedencia. Y no lo afirman
uno ni dos, sino todos.
Dicen textualmente
que el gobierno socialista guarda un as en la manga: ETA entregará las armas
justo antes de las elecciones del 20-N, como golpe de efecto a la campaña, y a
cambio, aunque no gane el quiromante Rubalcaba, todo quedará suficientemente
encauzado para que el acercamiento se produzca irremediablemente. Ese es el
trato.
Tiempo al
tiempo.
Lo triste
es que todavía habrá algún cretino, de los que presumen de haber sido
perseguidos por los grises como si eso fuera un salvoconducto para los desmanes
y las torpezas, de los muchos cebones políticos que nos rodean, que tenga la
desfachatez de asegurar que esto entra dentro del juego democrático.