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24/11/14

LOS ACEITEROS

El abuelo de un buen amigo de la infancia creó una cooperativa de aceite en un pueblo sevillano. La finalidad no era otra que unir esfuerzos para vender al mejor precio posible la producción aceitera de la zona. Recuerdo que aquel hombre pertenecía a la extinta raza de personas con valores y principios y que su único interés era el beneficio de los suyos.
El abuelo de mi amigo tuvo la insuficiente habilidad de conseguir que un empresario catalán les comprara toda la producción a razón de seis pesetas el litro, casi el doble de lo que percibían hasta entonces. No era demasiado pero sí un paso adelante que desbarataba el más rígido estatismo comercial.
Su nieto, mi amigo, le propuso cambiar la operativa, crear una marca y envasar ellos mismos el magnífico aceite de la cooperativa. El abuelo le contestaba siempre con idéntico soniquete: "Nosotros curtimos la piel, deja que otros hagan los zapatos".
El padre de mi amigo heredó la responsabilidad de la cooperativa y continuó la política tradicional; tan simple como rascar cada año alguna peseta más. También heredó el soniquete del abuelo para contestar a las atrevidas propuestas de mi amigo: "Como decía tu abuelo, nosotros curtimos la piel y otros hacen los zapatos". No había manera de arrancarle una sola concesión, aunque fuera experimental.
La desproporción de los beneficios seguía siendo manifiesta. Los cooperativistas sevillanos mimaban el olivar, recogían la aceituna y la seleccionaban, molturaban las olivas y enviaban a tierras de San Jordi garrafas de su oro líquido a cambio de poco más de doce pesetas por litro. Por su parte, el astuto empresario catalán se limitaba a embotellar el aceite, le añadía su propia etiqueta con el distintivo "aceite catalán" y lo vendía a 175 pesetas la botella.
Hace ya bastantes años que mi amigo heredó la dirección del asunto. En la sombra, él había seguido depurando sus ideas descabelladas y, cuando tomó posesión, llevaba bajo el brazo todos los pormenores del cambio. Sin ayuda oficial alguna -por alguna secreta razón las autoridades blindaban aquella anacrónica situación de vasallaje-, todos los cooperativistas se hipotecaron hasta las cejas para desarrollar marcas propias, levantar un tren de embotellado y generar una ambiciosa red comercial. Y así lo hicieron hasta constituirse como una empresa próspera, innovadora y ejemplar que reemplazó el pertinaz soniquete familiar por "yo me lo guiso y yo me lo como".
He recuperado el recuerdo de mi avispado amigo porque, hace algunos días, aparecieron en los informativos los descendientes de aquel empresario catalán en un acto independentista, despotricando de Andalucía y pregonando sin ningún pudor que España les está robando.


14/11/14

MONARQUÍA O REPÚBLICA

¿Monarquía o República?
Este ha sido el debate previo y posterior a la Sucesión Real. Yo me he tomado un tiempo para procurar que mi opinión fuera menos visceral y más argumentada, principalmente porque siempre, antes y después de juergas, me he considerado un "juancarlista". La perspectiva del tiempo es una herramienta recomendable y poco utilizada.
Recuerdo que Pepiño Blanco no opinó sobre sus preferencias en las elecciones americanas para así, dijo, no influir en los resultados. Yo no llego a tanto. Mi opinión tiene poco valor pero, el hecho de verterla, me sienta como una visita al escusado.
He sacado tres conclusiones fundamentales tras una nebulosa importante.
En primer lugar, y esto es muy aplicable a la situación catalana, creemos que la legitimidad proviene del recuento de votos y es falso. La auténtica legitimidad se deriva de la ley, de las reglas del juego que hemos establecido, y cualquier otra cosa es puro onanismo. Las leyes pueden cambiarse pero la legitimidad en democracia no es negociable.
Como segundo discernimiento, es evidente que el Rey reina pero no gobierna. Es decir, manda aproximadamente lo que yo. Nada. Su función simplificada es la de moderador público y la de jefe de relaciones internacionales de este país aún llamado España. Esa posición meramente técnica y de imparcialidad absoluta no puede ni debe ser sometida al devaneo político de las urnas.
Y tercera y última irreflexión, porque francamente prefiero como Jefe de Estado a Felipe VI que a Aznar, Zapatero o Pablo Iglesias como Presidentes de la República.
Así que, de largo, me decanto por la Corona... fresquita a ser posible.

12/11/14

SUÁREZ Y EL MINISTRO

Transcurría el año 80, cuarta más o menos.
Ocurrió en una atestada aula de la Facultad de Derecho de Granada durante la clase de derecho político. Había un alumno de chancletas y greñas que solía lucir sus indudables dotes oratorias a diario, en una suerte de pase de modelos de sus habilidades comunicativas. Unos días llamaba a los "etarras" patriotas vascos, otros días defendía la ejemplaridad del régimen de Fidel y otros censuraba
la esclavitud general por las modas y la estética. A la vista estaba.
Aunque no viene al caso, el "adán" mencionado hizo carrera política, fue Ministro breve a Dios gracias pero igual de parlanchín, no lo puede evitar, y ahora pasea palmito de Armani y Loewe por Europa. Las vueltas que da la vida.
Yo le prestaba la misma atención que al feriante del "perro piloto", al fin y al cabo había una evidente similitud.
Pero cierto día hizo explotar mi silencio ausente. Dijo casi literalmente de don Adolfo Suárez, ahora recientemente fallecido, que este país no podía permitirse un Presidente del Gobierno tan inútil, tan nefasto que no contentaba a nadie, ni a los suyos mismos, y que ese individuo mantenía la sociedad española en un estado permanente de crispación.
Un servidor, que no llegó a ministro, que permanece al margen de los canales habituales de prostitución y que tampoco entonces pertenecía a filiación alguna salvo al club del sentido común, se levantó y le replicó. Vine a decirle que el mejor acuerdo es aquel que no deja satisfecho absolutamente a nadie porque eso entraña que todos, unos y otros, han asumido cesiones y sacrificios. También le quise recordar que, los que entonces dialogaban ante una mesa, poco antes estaban dispuestos a matarse.
Y no es poco. No era una faena sencilla; indudablemente algo más compleja que una recomendable ducha.
El gran mérito de Adolfo Suárez fue enseñar a España la desconocida senda del diálogo, negociar sin pistolas, y que el acuerdo siempre llega escuchando y ejerciendo la generosidad.
Quizás he recordado ahora este episodio porque el locuaz y vacuo ex-ministro estaba presente en los funerales del señor Suárez, muy compungido, apesadumbrado casi deshecho de dolor, y apretando lo indecible para provocar la irrupción de una lágrima falsaria.