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14/12/09

ZAMBOMBAS Y SACAPERRAS

En la grata compañía de amigos venidos de fuera bajo la advocación de las zambombas jerezanas, del encanto de su unicidad, hemos recorrido Jerez de punta a rabo. Buscábamos “sabor”, sólo un poco de sabor, el embaucador misticismo de esas celebraciones, el aroma flamenco envuelto en la magia del fuego, el anís y el pestiño para enjugar el frío, el sonido turbio de la zambomba acompañando a un villancico procaz, sentir la piel de gallina. Tras muchas horas de callejeo no hemos encontrado demasiado, o nada si lo medimos desde la ortodoxia.
Nuestras zambombas, candidatas a ser declaradas “Bien Inmaterial de Interés Cultural”, en su mayoría, están desangrándose por las heridas blandidas por el euro. Cualquier engendro es una zambomba. Cualquier tugurio posmodernista, con bebida a mansalva y rumbita de cuarta, es ya una zambomba. Todo sevillaneo rociero sofrito al whisky, con un fuego arrinconado y una zambomba de plástico, es una “zambomba”.
Y claro, el que viene seducido por la diferencia se siente timado, defraudado, y no vuelve. Porque al fin y al cabo encuentra lo mismo que protagoniza cualquier fin de semana, o en feria, o en el Rocío, o en las Hermandades, cambiando de sitio. Beber, bailar, pecar si te dejan y dormir la mona.
Incluso las zambombas verdaderas, las que guardaban la virginidad como un pañuelo sin flores, las que se resisten a hacer alguna cosa que traicione sus adentros, lo mamado, empiezan a mirar al vecino por la ventana para ver como vuelan euros en forma de paloma.
Cuando el verdadero valor de las cosas reside en ciertas connotaciones germinales, en sus más ancestrales orígenes, en los ritos rancios que sedimentan en cultura, en esas diferencias sutiles e irrepetibles que cimentan un fenómeno único, hay que arbitrar todo tipo de medidas para que el dinero, la recaudación, no lo prostituya. En ese momento hay que plantarse y mantener la vista en la dirección correcta: mimar un fenómeno cultural que, por añadidura, proporciona beneficios colectivos, pero jamás utilizarlo de pretexto, de anzuelo, para sacar perras a diestro y siniestro.
No estaría de más que alguien, en Jerez, sacara la cara por ellas y estableciera unos mínimos para, según éstos, hacer un catálogo oficial de las que merecen tal consideración, de las que preservan la magia y la distancia con el litroneo. Existirán otras, sin duda, pero los que vienen de fuera buscando autenticidad, al menos, sabrán donde encontrarlas.

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