A veces, sólo a veces, cuando tomo la pluma para escribir, se me queda la mente en blanco. Me pregunto si sirve para algo más que para vaciar de clavos mi conciencia. Si a alguien le interesa lo que puedo decir en estas líneas. Si con mi opinión puedo accionar el resorte de la rectificación, o alguna lealtad escondida.
No lo creo.
Da la impresión de que lo que pueda decir yo, u otros, que se mueven estrictamente dentro de los márgenes de la buena fe, opiniones distintas y puntos de vista menos viciados, se estrellan contra los guiones de hierro y los intereses torticeros.
Así que podría hablar de temas sobados que enturbian el panorama jerezano considerablemente; como la no devolución fulminante de ese disparate de expediente catastral; como la inseguridad ciudadana y la crispación creciente, algo que sólo perciben los que, como yo, tomamos diariamente las calles y no los que habitan burbujas; el enorme problema de la educación como proyecto de convivencia, un sistema machacado por políticos cuyos hijos estudian en Inglaterra; la reforma de un hospital cuya mejor solución, según las opiniones más capaces, es la llana demolición; la cabezonería de construir un palacio de congresos mediocre para seguir acogiendo un turismo de medio pelo; el estupor porque la Junta, ahora, milagrosamente, apueste por el gran premio de motociclismo, cuando siempre le ha importado un rábano, lo cual, políticamente da que pensar; más otros asuntos endémicos que todos solucionan antes de las elecciones y que se pasan cuatro años más sin solución.
Pero les aseguro que no servirá de nada. Parece ser que valen más crédito las opiniones de otros escritores, o sucedáneos, o grafómanos, que las de intelectuales coherentes de distintas siglas. Pero si vende más libros Boris Izaguirre que Muñoz Molina o que Caballero Bonald, todo es explicable; tendremos que enseñar el culo para luego integrarnos en la intelectualidad bananera y así ser escuchados, además de vender muchas bazofias.
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