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9/5/08

MARI LUZ

Por fin atraparon al asesino de Mari Luz, esa preciosa gitanilla onubense. Pero no debe cerrarse ahí el asunto, ni mucho menos. Porque hay muchos otros cabrones impunes rondando por las calles y porque este caso ha dejado encuero nuestra justicia y nuestra seguridad.
Ahora debe llegar, perentoriamente, la fase de reflexión y normalización. Lo que vulgarmente se llama aprender de los errores.
Primero: ese presunto animal recién detenido y su cohorte de similares debieran pasar muchos años enjaulados, o todos, sin rehabilitaciones ni puñetas, ni atenuantes onanistas, en el más cruel sentido punitivo. Así quizás puedan comprobar en sus carnes lo que son carencias afectivas; las de los reclusos.
Segundo: como ese presunto animal ya debiera estar enjaulado, el estado, sin duda, es el responsable penal subsidiario de la barbaridad ocurrida y, por tanto, como puede ocurrirnos a los de a pie, debe ser sentenciado. Pero más grave aún, el asesino tenía causas pendientes por pederastia, fue detenido apenas desaparecer Mari Luz y, sorprendentemente, fue puesto en libertad. Supongo que, entonces, comprobarían su identidad y los antecedentes del cacho carne. O a lo mejor es mucho suponer.
Tercero, y especialmente urgente: hace falta un zarandeo serio de un sistema judicial y policial que ha hecho aguas. Alguien, al que pagamos generosamente, ha dejado en libertad durante años a un sujeto, o mejor presunto hijoputa, ciertamente peligroso, cuya reincidencia en la criminalidad era una mera cuestión de tiempo. ¿Cómo es posible? Probablemente sea responsabilidad de algún juez de los que viven en el infinito, o de un jefe de policía preocupado por las estadísticas de la criminalidad, o de algún funcionario de nueve a tres. Quién sabe. Pero estamos obligados a bajar a ese juez a la fría tierra de los mortales, o a enseñar a ese policía cómo se patean las calles de Rentería, o a mostrar a ese funcionario los ingratos caminos del desempleo.
Creo que, todo eso, se lo debemos a Mariluz y a su familia.

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