El escritor
José Luis Sampedro declaró no hace mucho que el ser humano está siendo programado
únicamente para producir y para consumir.
Alguien de la
calle, que ni se parece al magnífico escritor y pensador barcelonés, me ha
comentado que lleva una “vida de chinos” porque, mientras antes vivía, ahora
sólo trabaja para malvivir.
Lo uno y lo otro me han hecho reflexionar, no por os aspectos raciales del comentario sino exclusivamente sobre los anímicos.
Lo uno y lo otro me han hecho reflexionar, no por os aspectos raciales del comentario sino exclusivamente sobre los anímicos.
Y es que…
¿Han visto ustedes alguna vez a un chino riendo a carcajadas?
¿O sencillamente sonriendo?
¿No parece que están continuamente irritados?
¿Será lo uno por lo otro?
¿Han visto ustedes alguna vez a un chino riendo a carcajadas?
¿O sencillamente sonriendo?
¿No parece que están continuamente irritados?
¿Será lo uno por lo otro?
Según me
cuentan la vida china infringe los postulados de Sampedro; viven para producir
y producen para no morir. Es inaudito que, en pleno siglo XXI, haya tal
desprecio por el género humano. Me da la impresión de que no hemos avanzado
tanto en ese sentido desde las cavernas. Sociedades avanzadas que juegan con la
única e irrepetible vida del ser humano para que otros más avispados sean los
dueños exclusivos de las sonrisas.
La tendencia en España viene a ser esa, hacernos unos seres tan cómodos y tan vacíos como el sufrido pueblo chino. Por lo que me dicen quienes los frecuentan, cuasi vegetales.
La tendencia en España viene a ser esa, hacernos unos seres tan cómodos y tan vacíos como el sufrido pueblo chino. Por lo que me dicen quienes los frecuentan, cuasi vegetales.
Si hasta
hace poco nos era suficiente con un trabajo mediano para obtener alguna sonrisa
despistada, eso se ha acabado gracias al influjo asiático. No podemos competir,
en términos económicos, con quienes trabajan a cambio de casi nada, de no
morir, y la única imaginativa solución de los prebostes europeos es
convertirnos por cojones al sistema de la tristeza; trabajar más a cambio de menos,
mal vivir y sonreír lo indispensable. Ese es el real concepto de competitividad
que estamos manejando.
Hay otra
opción, menos dolorosa; cerrar la puerta a los productos chinos mientras dure
la tristeza, la desoladora explotación que sufren por parte de una raza de oligarquía
tan comunista como corrupta.
Casualmente
son Alemania y Francia, los únicos dos países beneficiados en el intercambio
comercial con China, los que además tienen línea directa con el crédito chino, los
que nos imponen disimuladamente ese modelo.
La decisión
está tomada y han preferido hacer de nosotros, aquí en España, seres explotados
y tristes hasta que, probablemente, se nos oblicuen los ojos. No obstante, bien
saben y temen los que manejan este invento, o esta traslación del peor medievo
a pleno siglo XXI, que hasta los más pacientes chinos o europeos acabarán por
recuperar sus sonrisas.