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7/3/11

EL PIPA

Si bien de flamenco entiendo lo justito, el espectáculo de El Pipa en el Teatro Villamarta me emocionó más de la cuenta. Musicalmente puede no contentar a los más ortodoxos pero sí a los que entendemos el flamenco como un arte abierto, como un sello interpretativo, como el ofrecimiento a cualquier melodía o danza del abrazo del desgarro y el compás. Esa fue, repito, la sensación y emoción que sentí desde mi más absoluta pero sensible ignorancia.
Aunque también experimenté percepciones al margen de lo artístico con sus correspondientes conclusiones.
El Teatro Villamarta estaba abarrotado de extranjeros embelesados, de todas las nacionalidades, atentos a no perder ni el más mínimo detalle, como si estuvieran viviendo momentos irrepetibles. Era gente que, atendiendo la llamada de nuestro festival, había llegado desde todos los rincones del mundo, espectadores arrastrados por gozar del flamenco en su Parnaso, en la misma cuna de un sentimiento artístico que ya es universal y cuyo techo es incalculable.
¿Es ésta la puerta que necesita Jerez para mostrarse al mundo y exportar nuestra verdadera esencia cultural?
Pienso que Jerez, a una, está obligada a luchar por la capitalidad mundial del flamenco, de una manera tajante y decidida, sin improvisaciones ni ocurrencias, al margen del puntual beneficio político. Se trata más bien de orquestar un plan que conduzca inexorablemente a ese protagonismo legítimo. Creo que estamos ante una oportunidad histórica de obtener esa llave mágica, ese anzuelo milagroso, para vender nuestra tierra, nuestra singularidad, nuestros vinos, nuestras costumbres, nuestra sonrisa, nuestra feria, nuestro paisaje, y asentar de una vez por todas unos pilares congruentes, auténticos y duraderos para nuestro futuro, sin otras perspectivas implantadas o inventos que sólo sirven para originar fragores momentáneos.

23 F

Yo viví el 23 de febrero de 1981 de una forma algo distinta al resto de los españoles.
Por entonces estudiaba la carrera de derecho en Granada y, siendo mi padre un alto mando militar, vivía en el interior de una base aérea.
No eran las ocho de la mañana cuando mi padre se marchó en circunstancias un tanto extrañas. Él solía acercarse a la base en su propio coche, no obstante nuestra casa distaba poco de su despacho y, además, no era amigo de los boatos y prerrogativas de su mando, pero ese día le recogió un coche militar con dos escoltas armados hasta los dientes. También hubo cambios en su indumentaria. Sustituyó el uniforme normal por el de campaña, pistola incluida, y llevaba un gesto torcido por la preocupación.
Mi abuela, para más señas la madre del escritor Caballero Bonald, al verle partir de esa guisa me dijo: “Aquí pasa algo”. Pero por más que escuché la radio no anunciaba nada fuera de lo común salvo noticias sobre una España crispada y bastante defraudada con la dirección democrática.
Y siguieron a lo largo del día los fenómenos extraños. Se triplicaron los soldados de guardia y las patrullas que rondaban mi casa, se restringió el acceso a la base, no pudimos hablar por teléfono con el exterior por una presunta avería y mi padre permanecía en paradero desconocido. Entretanto, mi abuela repetía por los rincones: “Aquí pasa algo”.
Y pasó.
He de reconocer que mi padre era por entonces un militar descontento, fundamentalmente porque sus quijotescos principios estaban siendo sustituidos por el medraje y el deshonor, dentro y fuera del ámbito militar, un asunto que ahora se ha instaurado como una forma de vida. Sin embargo, en congruencia con esos mismos parámetros éticos, siempre manifestó que jamás desacataría las órdenes de su más alto superior, Su Majestad el Rey. Aquella no era una postura cómoda; si triunfaba el golpe sería tachado de traidor y, si no, de sospechoso en la caza de brujas que se originó posteriormente y que, por conveniencia política, manchó la reputación de todo un ejército.
Fueron unos momentos largos y temerosos.
Pero sí me supo extraño, una sensación de la infinita fragilidad y vulnerabilidad del sistema, que nueve horas antes del Tejerazo, mi abuela y yo supiéramos más sobre el futuro de España que todo un país y todo un Congreso de los Diputados.