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4/3/08

DEBATES

Está de moda el debate político, ese espectáculo estelar, de bambalinas, de histrionismos interpretativos, de audiencias, de pura cosmética, donde los candidatos pretenden enfatizar en varios minutos cuatro años de gestión y de oposición, de aciertos y de fracasos.
Parece mentira. Despotricamos de todo lo americano y, sin embargo, irradiamos americanismo por los cuatro costados. Los imberbes van con pantalones de culo al aire, mascando chicle, con la gorra invertida, en monopatín y pintarrajeando las paredes. Encumbramos a ese intruso llamado Papá Noel en detrimento de nuestros Reyes Magos. Devoramos cine americano y hasta los actores, confesos de su antiyanquismo, pierden el traserillo por un Oscar. Las empresas adoptan las fórmulas americanas, vender el máximo a cualquier coste, machacando. Y sin embargo odiamos a los americanos.
También estos debates políticos, preelectorales, son una imitación más de los burdos hábitos americanos. Un intento de elevar a términos circenses el debate político.
Pero más importante aún es el post-debate. Datos sobre quién ha ganado, como si eso fuera crucial en el proceso electoral, y mil sondeos dispares, según el medio de que se trate, siempre dudosos, que intentan enmarañar nuestras impresiones reales, y apostillas falsarias desde los partidos.
A mi juicio, el acto del voto, esa decisión sacrosanta escrita en nuestra papeleta para elegir una opción u otra, es algo más importante que todo eso; es el premio o el castigo a una trayectoria, a los logros y los olvidos, a las confianzas y los engaños, y no a las facultades interpretativas, o a las medias verdades y medias mentiras, o a los datos muy volubles que se vierten durante media hora.
Yo soy partidario de que el signo de nuestros votos, de los que votamos una gestión y no unas siglas viscerales, de los que no llevamos una etiqueta colgada del cuello, debe inspirarse de puertas adentro, en nuestra vida diaria, en lo que tenemos y en lo que nos falta. Este sería un síntoma definitivo de cultura democrática que convalidaría, de una vez por todas, un sistema que se me antoja como estancado en la estética.

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