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6/7/09

EL BAUTIZO CIVIL

La enésima chorrada de la progresía, es decir, de los que confunden el progreso con la estética de la mutación, o mejor, de los que intentan distraer a la gente para que no vea los fangos, es el bautizo civil.
Y es que claro, el síntoma inequívoco de modernismo es hacer pedazos los iconos, los hábitos estables, y así trasladar a la gente la sensación de que nada es imperecedero, de que pueden con todo y que no hay nada ni nadie que les frene. Todo esto se traduce en transformar obligatoriamente, vistiendo la innovación de colores chillones, grotescos y embaucadores de infelices para que la gente les suponga unas cotas de poder que no ganan en el campo de batalla. Muchos animales adoptan esta estrategia intimidatoria, se hinchan para imponer respeto cuando no orinan por las esquinas.
De modo que la maniobra protectora de la laicidad, legítima por otra parte, a veces, es convertida por unos pocos avispados en el esperpento de la intromisión insultante o de las soberanas patochadas.
Y el bautizo civil es una de ellas, la más grotesca de los últimos tiempos en dura competencia con otras. La sombra alargada de la iglesia, que con la defensa de sus valores irrumpe en las decisiones civiles, empieza a ser molesta y se impone domeñarla a través del ridículo. La verdad es que no encuentro explicación más convincente a esta majadería absurda y entrometida. En cualquier caso, no se me antoja muy democrático solventar las discrepancias con la iglesia mediante sornas y pantomimas de sus ritos y valores.
De modo que nuestros rectores han confundido el bautismo con la partida de nacimiento, lo que no es ni grave, en todo caso la más venial de sus equivocaciones. Pero supongo que pronto, puestos a secularizar, propondrán la circuncisión profana, la ablación clitoriana municipal, los funerales civiles, las misas ateas y la solemne confirmación de la fe ciudadana ante el concejal de turno. Mientras, la iglesia contraatacará haciendo bandos divinos, presentando sus santas listas a las elecciones, ocupando las concejalías de las buenas costumbres o inundando con curas de vuelta las Diputaciones.
Y todo ello, cuando el ambiente no se presta a demasiadas tonterías.

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