
Mi amigo socialista es así. Ha sido entrenado para responder o escapar, pero nadie le ha enseñado a contestar. Tiene preparada una colección de soniquetes para eludir los apuros. Si habla de corrupción, menciona Gurtel pero nunca Santa Coloma. Si habla de manipulación, habla de las encuestas de los otros y no de las propias. Si habla de procesados, menciona a los doscientos populares pero ni pío de los casi trescientos socialistas. Si habla de sueldos excesivos, apunta a Gallardón y no menciona el de González Cabañas. Si habla de guerra civil, siempre se refiere a las víctimas republicanas y a los verdugos nacionales, santos y demonios. Probablemente, como la patética Almudena Grandes, piensa que las monjas estaban encantadas mientras eran violadas.
Eso sí, los que pensamos que los golfos no tienen siglas, que en política hay demasiada mentira, que la guerra fue una atrocidad entre hermanos, que los partidos tienen mucho de pesebre, que hay buenos y malos en un lado y otro, somos inmediatamente catalogados como mordisqueadores de ambos lados, como la gente de UPyD. La verdad es que, sin querer, me está halagando al ubicarme en las proximidades de la coherencia de Rosa Díez o Fernando Savater y no en la monovisión de la vida política. Y quizás su visión despreciativa de este partido se cimente en que la subida de esta formación y sus principios ponen en peligro su apetitosa teta.
Pero yo le tengo aprecio a mi amigo socialista. Quizás sea porque me recuerda en alguna medida a mi mujer. Cuando ella trabaja y yo cuido a las niñas, ella es la agotada. Y cuando yo trabajo y ella cuida a las niñas, también.