
Y que conste que no tengo ninguna manía prediseñada contra éstos como tampoco predilección alguna por los otros, sencillamente me sublevo ante esa clasificación de izquierdas y derechas e incorporo un criterio más coherente, aunque menos provechoso, buenos y malos gestores. Y si aplicáramos criterios empresariales a la gestión pública actual, nuestra situación sería de bancarrota, de inviabilidad y de ineptitud dirigente con cese fulminante de la gerencia.
Se va un mal año y comienza otro poco de fiar. Comenzará la recuperación pero lo hará por narices, por la ley universal del péndulo, pero sin que nadie haya tomado una sola contramedida coherente para hacernos un poco menos infelices. Pero cuando ocurra, ya verán, aún sufriremos la desfachatez de la imposición de medallas.
Y hay un síntoma inequívoco de esa ignorancia supina; cuando alguien no sabe la respuesta, balbucea, duda e improvisa, y esa ha sido nuestra estrategia económica. Parece mentira que las soluciones de un partido socialista del siglo XXI pasen por el limosneo, por engordar a los gordos y por fomentar el empleo bien remunerado de los amigotes, algo de lo que ya se avergüenzan muchos socialistas de bien.
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