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22/1/11

PROHIBIDO PROHIBIR

Me enseñaron en tiempos de facultad que, en democracia y libertad, el buen político debe intervenir lo justo en la vida de los ciudadanos. O sea, hacer un esfuerzo de prudencia, renunciar a cierta cuota de pantalla y dejar al personal vivir en paz, con su familia, su hipoteca y sus cosas, hasta que pocos sepan cómo se llaman, si están o si se les espera.
Los políticos actuales, amén de meternos al menor descuido la mano en el bolsillo, amén de remitirnos minuciosamente a las colas del paro con una retahíla de punibles torpezas, amén de sonrojarnos en el mundo con el “Gran Necio” de abanderado, no sólo nos impiden vivir en paz sino que hacen exactamente lo contrario. Y quizás es así porque, como la pencan con las grandes decisiones, distraen al personal con actos políticos de jamelgos únicamente encomendados al palpamiento de los gemelos.
El resultado de este exceso regulativo de las memeces más domésticas es que nos tienen casi perseguidos.
Y empiezo por la esclavitud económica, la más salvaje, esa relación directa entre la felicidad y el monedero, asunto este del que tanto denostaban los socialistas antes de descubrir los encantos del buen sueldo.
Pero veamos algunos asuntos de menos enjundia pero no triviales.
Si tienes el antojo de almorzar en una venta, costumbre muy jerezana, debes cuidarte de tomar una sola copa de vino para conservar vírgenes los puntos del carné.
Los hijos de los ciudadanos deben estudiar dónde y cómo ellos dictaminen sin que sea posible elegir (libertad) según convicciones, conveniencias o simplemente antojos. En cambio los suyos no, ustedes ya me entienden.
Hay que tener cuidado donde aparcas porque, al menor descuido, aparece un señor o señora con porte de capitán general y te casca una multa equivalente a la ayuda de ZP. ¡Bendita proporcionalidad!, un despiste a cambio de un sueldo. Se entiende… al precio que está un café.
Y ahora nos llega el primer regalo del año 2011 que, espero fervientemente, sea de despedida: no fumes el tabaco que ellos te venden, que buena bolsa se llevan por cada calada. Y eso que hace escasos años, ellos mismos, vociferaban por legalizar el porro. Pero además nos uniforman de policías y la señorita Pajín, hurgando en la herida y haciendo los honores a su ensoñador apellido, nos exhorta a que denunciemos los unos a los otros, a encabronarnos más de lo que estamos. Todo un ruidoso montaje que quizás pretende legitimar un cargo que le arrastra y sus muchos opíparos sueldos.
Lo cierto es que jamás en mis 50 años de vida me he sentido menos libre, ni más acosado, ni más vigilado, ni más temeroso. Siento mil ojos clavados en el cogote y un recaudador avariento tras cada esquina esperando un desliz para desvalijarme. Y es mal asunto cuando lo único que merece la pena en esta democracia de pacotilla es la libertad.
Todas estas coacciones casi policiales, ese ánimo de reglamentar y cohibir nuestras vidas, las mangas anchas a los bancos y el esquilmado de los contribuyentes, el paternalismo reverencial con las grandes empresas y el aprieto de los ciudadanos, lo llegan a hacer otros y serían unos fascistas.

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