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22/2/11

ELECCIONES

Las elecciones municipales están a la vuelta de la esquina y, en un suspiro, llegarán las andaluzas y las nacionales. Demasiadas elecciones. Es el momento pues de las inauguraciones, de las iniciativas espasmódicas, de los codazos para figurar en las listas, de las miradas plenas de estrabismo con lo propio y lo ajeno, de la “gran fiesta” de la democracia rebajada a una bacanal en la que se truecan promesas por decepciones. Los peatones, en definitiva, entregaremos nuestro voto para que una “casta” haga lo que le salga de las bajuras.
Los más próximos a los entresijos de la política andan preocupados respecto a los nombres de quienes integrarán las listas o respecto el contenido de los distintos programas electorales. A mí, poco o nada me importan esos pormenores.
Las listas sólo deberían desvelar a los partidos, a intereses que poco o nada tienen que ver con las preocupaciones de los ciudadanos. Se trata, a mi juicio, más que de otra cosa, de una previsión interna de cómo se producirá el reparto de sillones, sillas y taburetes, como un botín de guerra, o en su caso, de quienes recibirán el grueso de las tandas de latigazos. Por eso están los que se apuntan y los que se borran. Pero mientras, a los de a pie, nos debiera interesar únicamente los nombres de quienes encabezan las candidaturas porque los restantes son meros acompañantes o, también, a menudo, comparsas y palmeros.
¿O alguien recuerda quien fue el número dos de ZP o Rajoy en las últimas elecciones?
¿O quienes lo fueron de Sánchez o Pelayo en las últimas municipales?
¿O en qué paradero está buena parte de las listas socialistas en ambas?
Sólo perduran las cabezas mientras los miembros -y miembras- están minuciosamente descuartizados y depositados en poltronas ornamentales pero bien remuneradas.
Además, es curioso pero en España siempre votamos para quitar a uno pero nunca para poner a otro. Nos hemos acostumbrado a castigar y no a premiar, quizás porque hay es muy poco lo que merece premio. Es triste lo que ha encogido la democracia, hasta quedarse en los huesos.
Este argumento explica suficientemente la paradoja de por qué Rajoy es menos valorado que ZP en las encuestas más o menos serias y sin embargo le aventaja en más de diez puntos en intención de voto. Aunque tampoco se fíen demasiado de las encuestas porque en muchos casos son propuestas para la manipulación de borregos y, cuando no, es como preguntar a tus hijos quienes son los mejores padres del mundo; excepción hecha de los hijos de puta, que tampoco son pocos.
Respecto a los programas electorales ocurre tres cuartos de lo mismo. Las elecciones no están concebidas para engullir promesas de Disney, o para aceptar un enema de engaños sobre engaños y mentiras sobre mentiras. Sería recomendable e higiénico no mirar hacia adelante sino hacia atrás y así evaluar el grado de cumplimiento de las promesas pasadas.
Un insigne constitucionalista, socialista para más señas, en el transcurso de una conferencia universitaria, dijo que si los programas electorales fueran guías de gobierno y no libros de cuentos, los votos serían exámenes y no maniobras de ingenuo. Casi nada.

17/2/11

ECONOMÍA SUMERGIDA

Es tan indudable que existe la economía sumergida como que estamos en crisis. Y existe, entre otras cosas, porque el hambre o la necesidad de la gente son asuntos no negociables. No está el patio para decir que no a un pequeño suplemento dinerario o a jugar con el pan de tus hijos por salvaguardar ciertos principios morales ya en desuso.
Pero la respuesta a esta ominosa actitud no se ha hecho esperar, como si los pequeños chapuceros fueran asesinos o violadores o fumadores.
En vez de perseguir los paraísos fiscales donde colocan sus duros esos opíparos pudientes que son corresponsables o necrófagos de la crisis, en vez de auditar los organismos públicos para sacar los colores a la inmensa mayoría de nuestras instituciones y vestir con rayas a bastantes políticos, en vez de limpiar la roña bajo las lujosas alfombras de la banca y vigilar el vampirismo indecente de las multinacionales, en vez de someter a un test de mínimos a nuestra clase gobernante, en vez de investigar porqué un inútil pariente de alguien puede ganar un potosí por no hacer nada, parece ser que la Hacienda Pública ha recibido instrucciones para detectar y desbaratar la economía sumergida de baja intensidad.
De modo que ya saben. No es fraude esconder millones en Suiza, ni disponer al antojo del dinero público, ni ganar carros y carretas por enchufe o por compañerismo, ni obtener dinero fácil con la compra de bonos basura jugando con los ahorros de la gente, ni perseguir a los buitres e hienas que rondan nuestros casi cadáveres, sólo es fraude cobrar 300 euros de paro y hacer, al mismo tiempo, chapuzas bajo cuerda en la casa del vecino.
Si esto es una forma de delincuencia, yo me declaro públicamente un potencial delincuente.

EL PEOR DÍA DEL AÑO

Proclama un investigador británico que, según sus estudios, los días 24 de enero son los peores del año. Como puede comprenderse no se trata de una afirmación general, universalmente válida, sino que debe encasillarse dentro de la pura estadística. Con esto quiero decir que, en definitiva, este estudio como otros tienen el mismo valor aplicativo que un periódico atrasado.
Yo he querido emularle en el intento y he desarrollado un estudio en el mismo sentido pero en el ámbito de Jerez de la Frontera. Reconozco que no he utilizado sofisticaciones científicas, ni he hecho encuestas, ni he cotejado los datos, ni he estudiado variables, ni nada de nada; sino que me he trasladado al atestado bar de la esquina, he pedido un fino y he aplicado el oído.
El resultado ha sido un estudio muy de andar por casa pero, sin lugar a dudas, mucho más verídico que el inglés.
Mis indagaciones personales de guatiné dicen que de un tiempo a esta parte en Jerez, como en España y Andalucía, tenemos 365 días peores al año. Por otra parte descubro que llevamos la cruz escondida tras la sonrisa de las festividades, que mantendremos esa sorprendente tolerancia mientras no nos toquen ferias, romerías, carnavales, Semanas Santas, Navidades y veranos. Casando ambos descubrimientos concluyo que pasamos la vida narcotizados de incienso o vino ya que, de no ser así, estaríamos cascando huevos.

PAPÁ CHAVES

Cada vez que digo que he dejado de creer en los políticos, entre otras muchas cosas por prostituir la democracia, no me refiero a todos, ni siquiera a muchos, pero sí a bastantes. Y esa actitud desahogada o desvergonzada o arbitraria o sectaria afecta desde el más alto representante de la formación hasta el que limpia los polvos de la sede -los atmosféricos, se entiende-.
He leído con mucho detenimiento, para que nadie pueda cazarme, la sentencia del Tribunal Supremo de Justicia de Andalucía que obliga a la Junta a investigar un incentivo de más de diez millones de euros, que se dice pronto, a una empresa cuya apoderada, casualmente, es la hija del ex presidente Chaves. Y es que el señor Griñán, en su momento, haciendo uso del principio de imparcialidad, decidió que este hecho no debía ser investigado. Al fin y al cabo casi 1.700 millones de pesetas de dinero público es una minucia.
Pues bien, de la lectura de la sentencia se derivan muchos aspectos altamente pestilentes. Pondré algún ejemplo.
Primero, la señora Paula Chaves, hija del ex presidente, intervino en el expediente sólo antes y después de la firma pero no durante. Esa presencia ausente sólo es explicable como artimaña para que no quedara constancia oficial de su intervención y papá Chaves no fuera salpicado. Como segunda muestra maloliente, esos incentivos -concretamente señalados para la minería- no existían entonces y fueron creados con sospechosa urgencia poco antes de su concesión endogámica. O tercero, que más que olor es palomino, se aumentó de manera inmotivada la cuantía del incentivo de 6 a 10 millones de euros, como una propina. O cuarto, por si fuera poco, después de ponerlo a huevo, la empresa de la hijísima incumplió flagrantemente muchos requisitos indispensables en la solicitud.
En todo caso, si tras la investigación que solicita el alto Tribunal andaluz se demuestra lo que parece, existe una triple responsabilidad del huido señor Chaves. Responsabilidad política, en cuanto a hacer las maletas y ser retirado a algún alto puesto muy bien remunerado del cementerio de los elefantes amordazados. Responsabilidad disciplinaria, en cuanto se saltó a la torera una incompatibilidad manifiesta. Pero también una responsabilidad penal que se obvia sospechosamente porque, por la mitad de eso, cualquier españolito de infantería pasaría en “chirona” buena parte de su vida.
Y ahora a ver quién es el guapo que pueda reprocharme mi terca desconfianza hacia los políticos.