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12/11/14

SUÁREZ Y EL MINISTRO

Transcurría el año 80, cuarta más o menos.
Ocurrió en una atestada aula de la Facultad de Derecho de Granada durante la clase de derecho político. Había un alumno de chancletas y greñas que solía lucir sus indudables dotes oratorias a diario, en una suerte de pase de modelos de sus habilidades comunicativas. Unos días llamaba a los "etarras" patriotas vascos, otros días defendía la ejemplaridad del régimen de Fidel y otros censuraba
la esclavitud general por las modas y la estética. A la vista estaba.
Aunque no viene al caso, el "adán" mencionado hizo carrera política, fue Ministro breve a Dios gracias pero igual de parlanchín, no lo puede evitar, y ahora pasea palmito de Armani y Loewe por Europa. Las vueltas que da la vida.
Yo le prestaba la misma atención que al feriante del "perro piloto", al fin y al cabo había una evidente similitud.
Pero cierto día hizo explotar mi silencio ausente. Dijo casi literalmente de don Adolfo Suárez, ahora recientemente fallecido, que este país no podía permitirse un Presidente del Gobierno tan inútil, tan nefasto que no contentaba a nadie, ni a los suyos mismos, y que ese individuo mantenía la sociedad española en un estado permanente de crispación.
Un servidor, que no llegó a ministro, que permanece al margen de los canales habituales de prostitución y que tampoco entonces pertenecía a filiación alguna salvo al club del sentido común, se levantó y le replicó. Vine a decirle que el mejor acuerdo es aquel que no deja satisfecho absolutamente a nadie porque eso entraña que todos, unos y otros, han asumido cesiones y sacrificios. También le quise recordar que, los que entonces dialogaban ante una mesa, poco antes estaban dispuestos a matarse.
Y no es poco. No era una faena sencilla; indudablemente algo más compleja que una recomendable ducha.
El gran mérito de Adolfo Suárez fue enseñar a España la desconocida senda del diálogo, negociar sin pistolas, y que el acuerdo siempre llega escuchando y ejerciendo la generosidad.
Quizás he recordado ahora este episodio porque el locuaz y vacuo ex-ministro estaba presente en los funerales del señor Suárez, muy compungido, apesadumbrado casi deshecho de dolor, y apretando lo indecible para provocar la irrupción de una lágrima falsaria.

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