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14/11/08

LIBROS DEL FUTURO

El futuro de los libros, como soporte, como papel, se encuentra seriamente amenazado por los implacables avances tecnológicos. Eso nos insinuó Javier Celaya, que mucho sabe de esto, en su amenísima e inquietante conferencia con motivo del Congreso Literario de la Fundación Caballero Bonald. Nos vino a decir que no será un exterminio absoluto sino, más bien, una cesión variable y gradual de su predominio, una especie de cohabitación en la que, de antemano, se sabe quién lleva las de perder.
Y el conferenciante llevaba entre sus manos al culpable tecnológico del desaguisado; un libro digital; un ebook; o para entendernos, una especie de ordenador ideado para la lectura, o para la consulta, o para fardar, o más que todo eso, para ser vendido. Lo cierto es que ese ingenio diabólico tiene capacidad, de momento, para contener más de mil obras.
-De esa forma –me decía el conferenciante- cuando voy de viaje no me hace falta llevarme mil libros.
-¿Tanto lees en los viajes? –le pregunté de coña-.
Y no me extraña. Yo tengo una llave de memoria que alberga sobradamente todo lo que he escrito a lo largo de mi vida, que no es poco. Así de pequeños somos.
Las mayores editoriales del mundo ya están trabajando en el asunto de los libros digitales, al parecer de manera muy avanzada y guardando el mayor de los sigilos para no alertar a la competencia. Y si esto es así, pronto, o mejor inminentemente, comenzarán a proliferar estos nuevos diabólicos soportes de la lectura. Y ya hay quien idea añadirles fondos musicales, o imágenes en movimiento, o guías de personajes. Casi películas. Los inventos de la multimedia, la informática que lo hace todo. Casi todo.
Nada de esto será repentino sino una transición por goteo. Hay que ir masticando todos estos cambios súbitos mientras nos injertan los gérmenes del esnobismo. También porque, como alguien dijo, o lo digo yo, los cambios de calado necesitan que muera la generación defensora de los métodos tradicionales y que nazca una nueva que mame esa fórmula innovadora.
Yo, francamente, espero no ver cómo desaparece la magia de los libros de papel.

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