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26/1/09

LA CALLE PORVERA

La gente es muy aficionada a confundir los argumentos para armarse de razones, jugar con las medias verdades a conveniencia, o situar los hechos en una nebulosa de verdades y mentiras de manera que sean irreconocibles. Esta manía, de innegable origen político y que diariamente sufrimos impávidos en nuestras carnes, no es otra cosa que una artimaña detestable con la que se pretende engañar a la opinión pública. Y lo consiguen.
En la polémica sobre los cambios llevados a cabo en la calle Porvera está ocurriendo esto. En un bando están los indios, los perjudicados por las reformas efectuadas por Movilidad, y del otro los vaqueros, los que han perpetrado los cambios, el Ayuntamiento jerezano. Los unos y los otros se empeñan en enmarañar el asunto para, los primeros, tapar que sus negocios han estado beneficiándose del aparcamiento en doble fila y, los segundos, para disimular los nefastos resultados que son consecuencia inevitable de la imprevisión.
Queramos o no queramos, la calle Porvera tenía los mismos carriles hábiles antes que ahora. Sólo se ha cambiado el uso de uno de ellos, el que antes ocupaban perennemente los que aparcaban en doble fila para la cañita y la tapa, para comprar en los comercios o para recoger a los niños del colegio, y que ahora se destina para evitar los inacabables rodeos de los autobuses públicos y acortar ostensiblemente los trayectos. Hasta este punto, desde el prisma de la más ortodoxa legalidad, los cambios se me antojan bastante razonables.
Pero claro, a veces, la aplicación de medidas acertadas puede tener consecuencias injustas. El Ayuntamiento de Jerez, o por extensión todas aquellas instancias oficiales que toman decisiones, están obligadas inexcusablemente a hacer una evaluación previa de los daños colaterales de sus actuaciones, aunque sean de inmaculada legitimidad, y a presentar junto al proyecto medidas que palien esos perjuicios.
El Ayuntamiento no lo ha hecho, o mejor, sólo ha hecho la primera parte de sus deberes, sin pensar en los comerciantes de la calle Porvera o sin ofrecer alternativas válidas a los padres que recogen a sus hijos del colegio.
Y entonces llega una retahíla de propuestas apresuradas e improvisaciones, cada día una distinta, parches a cualquier precio para salvaguardar la cara amable socialista. En eso, tienen buena escuela.
Pero es una lástima que por esa falta de previsión, o por ese empeño en no hacer las cosas bien hechas, una decisión legítima y razonable acabe por convertirse en una chapuza y en un conflicto de difícil solución.

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