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26/1/09

PADRE CORAJE

El “Padre Coraje” se lanzó al césped de Chapín para pedir justicia y todos le comprendieron. Sólo hubo un amago inicial, o mejor inercial, de las fuerzas de seguridad para aplacar a ese padre desesperado, pero pronto desistieron. Nadie tiene legitimidad en este mundo para frenar a un padre desposeído. Así que Francisco Holgado se emplazó en el verde, con luz y taquígrafos, desplegó su pancarta y denunció la cojera de un sistema lisiado, tan “afuncionariado” como media España, tan enfrascado en formulismos que olvida su razón de existir; la justicia. Así que el “Padre Coraje”, por enésima vez, arropado por su equipo azulino, pudo sofocar con su voz ronca y cansada las termitas que le devoran por dentro. Quizás quede en ese padre una secuela obsesiva, o una rebeldía enfermiza, o una manía irrazonable, un anzuelo clavado y enquistado en las carnes, las mismas razones que, sin duda, llevan al padre de Mariluz a pelear para que los funcionarios chupatintas no desvirtúen ese sueño vendido y trucado de la justicia justa. Yo mismo desistí en mis estudios de derecho cuando descubrí que todo este sistema judicial, este carísimo entramado en el que la justicia se pierde entre montones de papeles apulgarados, sólo es una envoltura estética, sólo apariencia, un apaño. También, en mis años universitarios, presencié avergonzado cómo los partidos utilizan las clases de derecho, repletas de gente con sueños de bien, para que se desfogue su cantera de políticos. De hecho, el más torpe y vacío charlatán de mi clase, llegó a ministro. Pero ése es otro tema. Todos los padres y buena parte de los que no lo son, comprendemos a Francisco Holgado, porque somos capaces de transportar la esencia de su dolor a nuestra vida y a la de los que nos son íntimamente cercanos para que ese dolor inducido, una mínima parte del que siente el “Padre Coraje”, nos permita comprenderle, apoyarle y perdonarle sus irrupciones. La pérdida de un hijo, que sucediera en el transcurso de su juventud, que aún persistan oscuridades inexplicables en el caso, que los asesinos y sus sicarios se paseen y regodeen en sus narices, son razones más que suficientes para impedir que su herida cicatrice y brame por ese dolor implacable. Entretanto, mientras miro una y otra vez los ojos desesperanzados de "Padre Coraje", el llanto que no cesa, afloran las reflexiones. Y es muy inquietante que exista ese abismo entre la justicia legal, la que marca el hombre, y la justicia natural, la que emana del orden natural. Salvo en casos muy evidentes, los que están a huevo, la justicia corre el peligro de convertirse en una mísera lotería. Si es así, más vale que determinemos culpables e inocentes a cara o cruz, será igual de efectivo pero más barato.

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