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22/6/10

INMOVILIDAD


Cuando un partido político, cualquiera, accede a una Alcaldía, la que ustedes deseen, la primera tarea no suele ser la principal sino la más impactante. Y me explico. No es prioritario abordar asuntos relevantes ni acuciantes sino acometer proyectos que se vean, que se palpen, que hagan ruido, aunque fastidien, en definitiva que rubriquen un cambio. Viene a ser como un sello marcado en la frente de los ciudadanos para que se sepa que han llegado. Estos "cambios por el cambio" suelen tener una doble trayectoria, como las cornadas malas, la ejecución y la rectificación.
El actual equipo de Gobierno Municipal de Jerez de la Frontera, tan equipo como la selección francesa de fútbol, eligió para este menester un Plan de Movilidad que pronto fue transformándose en Plan de Inmovilidad. Y no era poca cosa. Trastocaba las calles de mayor tránsito -que se note-, hacía la gran puñeta a los comercios del corazón de la ciudad, fastidiaba las recogidas de los colegios, confundía los tradicionales modos circulatorios y modificaba todos los trayectos del transporte urbano. Parecía como si la filosofía del plan fuera adrede "si las cosas eran así, pues ahora las ponemos al contrario".
El Plan de Movilidad tuvo un parto delicado y, tras una larga dolencia, agoniza irremisiblemente. Porque a veces, frecuentemente, las cosas son como son porque no pueden ser de otra manera y la estructura de Jerez no admite demasiadas alternativas.
La calle Porvera, tras repetidos cambios, levantadas y hundimientos, vuelve a ser exactamente lo mismo que era, salvo el invento de la pintura naranja como última obcecación por miccionar en la esquina. El tráfico, tras numerosas y desorientadoras revueltas, vuelve a sus orígenes. Los autobuses urbanos, caso de que sobrevivan cuando escribo estas líneas, regresan a los trayectos de siempre. Y por último, la calle Honda, el último reducto de ese ruidoso Plan de Movilidad, regresa a sus antiguas funciones hasta que se acometa el tranvía; o sea hasta nunca.
Pero no crean que el jueguecito ha sido gratis; una pasta gansa para nada. Y ahora multan y recaudan a ultranza para abonar los caprichosos dispendios de los ludópatas del poder, de quienes sin tener ni pajolera marcan de gris nuestras vidas diarias.
A veces, más bien a menudo, me pregunto para qué sirve tanto político, tanto asesor y tanta gaita. Quizás bastaría con regalarles un monopoly.

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