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16/9/08

ESCRITORES

Todo el mundo habla de libros, de títulos, y nadie de escritores. Salvo en el caso de Ruiz Zafón, por su habilidad narrativa, o el de Boris Izaguirre, más que nada por su trasero. Pero es así, como si plantaras letras en un tiesto y germinara una novela o un poema.
También las administraciones, que hablan lindezas de la lectura, de los libros y de la intelectualidad, que hacen campañas de fomento y organizan ferias, casi escupen a los escritores; al menos a los que no comen en su mano.
Escribir es un trabajo penoso, muy considerado y mal remunerado.
Penoso como cualquier otra actividad creativa, ese esfuerzo de percibir cosas inadvertidas, de traducirlas en personajes y situaciones y de dibujarlas exactamente con palabras. Y peor aún, también hay que comer y comprar papel, y para eso hay que trabajar aparte.
Muy considerado porque publicar un libro es como las estrellas para el militar, un logro diferenciador y un revestimiento de presuntas sabidurías. De ahí el vergonzoso intrusismo de cualquier mindundi casposo en el campo de las letras. Y así nos va, que les aseguro que hay mejores libros inéditos que publicados.
Y, por último, poco o nada remunerado. Muy a menudo, escribir es el único trabajo en el que hay que dar las gracias. Si llamas a un fontanero, te desatasca las cañerías y cobra. Y qué decir si necesitas el desatasco de otras cañerías. Pero al escritor, nada de nada.
Ahora que está de moda la comparativa europea, no he conocido una nación ni una región más desdeñosa con los escritores que la nuestra, salvo con los comprometidos de carné en la boca. Y ya no es tanto la remuneración, a veces es suficiente con cierto respeto, un cuido, hacia un colectivo que, indudablemente, aporta a la sociedad muchas más cosas que otros.

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