
Irena Sandler fue otra de esas personalidades silenciosas que alimentan la esperanza humana. Esta polaca, con una bondad que hasta a los nazis ablandaba, se las ingenió para conseguir todo tipo de pases que le permitieran atender a los judíos del gueto de Varsovia. En un principio, se limitaba a cuidar a los enfermos; un esfuerzo inútil y desalentador, o morían o eran exterminados.
Irena decidió entonces mojarse, jugándose la vida varias veces al día durante muchos años. Hagan la cuenta.
Derrochando astucia y temeridad, fue sacando niños del gueto y, luego, no menos difícil en aquellos horrendos tiempos, sacarlos adelante.
Irena decía, voy a sacar la basura, y dentro de la bolsa iba un niño.
O, me llevo prestada esta caja de herramientas, y dentro iba un recién nacido.
O también, ¿otro muerto Irena?, y llevaba un ataúd con varios críos escondidos.
Irena Sandler, con ese goteo diario, consiguió liberar y salvar la vida de 2.500 inocentes, pero es más, llevó una minuciosa relación de sus nombres reales y falsos, para que nunca perdieran su identidad.
Y la pescaron. Fue detenida por la Gestapo y torturada terriblemente pero jamás delató a sus colaboradores ni el paradero de ninguno de sus niños. Irena había introducido sus archivos en botellas y las había enterrado en un jardín, algo que no se supo hasta el final nazi.
Gracias a esta mujer, desconocida para la mayoría, hubo 2.500 niños vivos y, no menos importante, que sabían quiénes eran y, sobre todo, que surtieron de esperanza a una humanidad deshumanizada. Pero esto, seguramente, no tiene la menor importancia.
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