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16/9/08

LOS RUIDOS

El ruido es la hermana pobre de las contaminaciones.
Nadie le hace caso porque su repercusión no es extremadamente grave, sólo molestias e incomodidades, tanto como otras a las que, a capón, estamos acostumbrados.
Pues bien, asumiendo de mala gana los ruidos inevitables, esos que podrían catalogarse como lógicos, alguien debiera velar porque no proliferaran los que son de naturaleza intencionada, los producidos por quienes disfrutan con el simple hecho de molestar o por quienes se saltan de oficio las más elementales normas de convivencia.
Así que obviaré el estrépito de la recogida de basuras, o el claxon impertinente de quien ha sido encerrado en su aparcamiento, o las tumultuosas broncas de los vecinos, o el vocerío de quien lleva encima seiscientas copas de más.
Me referiré, o mejor, denunciaré, a los más escandalosos e imperdonables fabricantes de ruidos; las motillos y los coches, o para ser más precisos, al macarra que los conduce.
Parece ser que seduce, o “mola”, eso de manipular los vehículos para sacar de sus tripas el mayor estrépito posible.
Este gusto por el escándalo, por liberar tubos de escape, por fabricar discotecas ambulantes y abrir las ventanas para ensordecer al vecino, es uno más de los efectos secundarios de la reinante mala educación.
En tiempos de reinado de lo verde, de lo no contaminante, el ruido no debiera ser olvidado.

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