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23/2/09

MALOS TRATOS

Desayuno donde siempre, en un rincón, repasando la prensa. Entra un matrimonio que araña los sesenta, los dos regordetes, ella con un semblante severo y él con apariencia infeliz. Ella va delante, con paso determinado, mientras él la persigue como un perrillo.
-¡La mesa de la esquina! –señala la señora-.
Él obedece y corre a tomar asiento pero la señora le corrige.
-¡Tú en la otra silla, que no me dé el resplandor!
El hombrecillo, obviamente, cambia de silla y se traga sin rechistar el cegador resplandor de la ventana.
La señora se desprende del abrigo y él hace amago de imitarla.
-¡Ni lo sueñes! ¡Que luego te resfrías y no me dejas dormir con las toses!
Van a desayunar. La señora pide, literalmente, “un café manchado en vaso grande, un bollo con zurrapa de lomo y un zumo de naranja siempre que sea natural”.
-¿Y usted?
-Lo mismo –contesta el infeliz con una sonrisa colorada-.
La señora le mira sin contemplaciones.
-¡Ah no! A él le trae media con aceite y un cortado con sacarina, que está mal de las tripas.
Él agacha la cabeza y ella se hincha, más si cabe, como si hubiera ratificado ante un público inexistente su estatus de dominación. La señora le coloca al marido una servilleta a modo de babero y luego desayunan en estricto silencio. Él, por lógica, termina antes que ella y toma una miga caída en el plato.
-¡No rebañes!
Al fin acaban. Paga él y se disponen a marcharse.
-Ahora te llegas a por la fruta, a la carnicería y al “super”, que yo tengo hora en la peluquería. Ahí va la lista.
Le pasa al hombre una lista inacabable, con aires de pergamino, y se marchan.
Varias horas más tarde me cruzo con el mismo hombre de regreso a casa. Va congestionado y enterrado en bolsas. Me da pena y no tengo más remedio que pensar… “Y gracias que el hombre tiene infinita paciencia porque, el día que se revuelva, lo linchan”.

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