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23/2/09

SOLUCIONES DOMÉSTICAS

Escucho un revuelo al fondo del bar que hace olvidar el interés de la clientela por los contoneos de la escultural camarera. El dueño del bar, o el encargado, está discutiendo sosegadamente con un hombre cincuentón, con pose de torero y la cara del siglo pasado que acaba de despachar un buen desayuno apuntillado con dos “carajillos”.
-Que he dicho que no pago y no pago -contesta el cliente una y otra vez a los requerimientos del hostelero-.
Tras un variado intercambio de pareceres, la suave discusión desemboca en la crisis económica como argumento del impago. El tema del año; para muchos el tema de toda una vida. La escusa usada por el de la pinta de torero es cruda y callejera, pero más cierta de la que manejan el etéreo Solbes con discursos de marmota o los desahogados bancos con consejos de juzgado de guardia.
-Mire usted, no pago ni una “pejeta”. Ayer vino el Jacinto a cobrar el pan y usted le dio largas, como ha hecho en las últimas dos semanas. Y como no cobra, Jacinto me debe la fruta de otras dos semanas. Y como no tengo dinero, yo no le pago a usted. -argumenta el cliente sacando pecho-.
-¿Pero no se da cuenta que, como usted no me paga, mañana daré más largas a Jacinto y no le seguirá debiendo a usted la fruta? -responde el hostelero tras la barra, a punto de “saltar la verja”.
-¡Pues cuando usted le pague al Jacinto, y el Jacinto me pague a mí, vengo y liquido! -exclama el torero-.
-¿Y quién le pone el cascabel al gato?
-Zapatero –responde el del bar sin ninguna convicción-.
-¡Carajo! –replica el moroso con las mismas-.
Tras la palabra mágica, la discusión baja el tono hasta convertirse en una mera conversación no menos productiva. El cliente insinúa soluciones también de la calle, domésticas, nada voluminosas. Tan insignificantes que los políticos no las promueven desde las alturas de sus despachos de caoba, de datos desenfocados e intereses de “sillón”.
-Nos falta la sangre. -prosigue el cliente-. Un poner. Suponga que el Jacinto tuviera el crédito de su banco, como ha pasado siempre. Me pagaría a mí, yo a usted, usted al Jacinto y él al banco. Como ha sido toda la vida de Dios. Y todos contentos y a seguir remando.
El cliente moroso se marcha con su torería y deja a toda la clientela pensando. El hostelero se me acerca mascando un palillo de dientes.
-Ese no tiene ni idea. ¿Cree usted que si fuera tan fácil no lo habrían hecho ya los de arriba, que son gente estudiada y preparada?
Me quedo mirándole fijamente, sonrío con socarronería y me acabo el cortado.

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