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2/12/10

HUELGA GENERAL

Ha sido la huelga más confusa y absurda de la democracia. Porque normalmente las huelgas son un pulso entre dos intereses en litigio; unos que piden algo y otros que deciden lo contrario, y en esta coincidió que quienes protestaban y quienes eran protestados eran los mismos; exactamente los mismos. De hecho, el setenta por ciento de los escaños socialistas están ocupados por militantes de UGT aunque muchos, digamos, de poca intensidad. Lo cierto es que los protestantes –laicos se entiende- se reivindicaban contra ellos mismos, como quien habla con los espejos. Curioso.
Dicho esto, para uno que es desconfiado como el corzo, la huelga se le antojó una pantomima, una escenificación esperpéntica, un “mire usted lo que hago para que luego diga”. Y lo explico.
Los sindicatos pretendían con la huelga un redentor lavado de cara después de varios años de sospechoso, maloliente y subvencionado mutismo. Y si no ¿por qué protestaron por los recortes del funcionariado y no lo hicieron antes defendiendo a quienes no tienen sueldo que recortar? ¿Dónde se habían metido antes?
Lo cierto es que esta jugada estética ha permitido a los sindicatos una especie de desagravio público.
En el otro lado, los señores del Gobierno, los protestados, según el guión, también han obtenido sus réditos. Han pasado con sobrado desahogo ese presunto castigo de bambalinas que ha supuesto esta falsaria huelga general.
Y es que la gente ha permanecido impávida y perpleja ante la huelga porque ha dejado de creer en los unos y en los otros. O dicho de otra forma, no se han mojado por estos o por aquellos porque ninguno de ellos merece ni un pestañeo.
Así que, menos los empresarios, todos contentos.

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